Pasión y muerte de Jesús. El ayuno pascual es un signo exterior de nuestra participación en su sacrificio.
Es el primer día del Triduo Pascual. El único del año en el que no se celebra la Eucaristia, no hay Misa, en recuerdo de que en estos días -viernes y sabado- los Apóstoles estuvieron escondidos y sumergidos en la tristeza por miedo a los judíos y por la pena de ver preso y condenado a su Maestro.
Se realiza una acción liturgica después de medio día. La cruz es el elemento que domina toda la celebración iluminada por la luz de la resurreccion, nos aparece como trono de gloria e instrumento de victoria; por esto es presentada a la adoración de los fieles.
El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa contemplación del sacrificio redentor del que broto la salvación. Cristo no es un vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda, que libera y reconcilia, por eso nuestra calma interior.
Cristo se presenta como un hombre entregado a la realización del plan del Padre: salvar al hombre. Toda su vida esta polarizada en torno a la mision.
En el campo de las relaciones humanas todo lleva una intencionalidad. Cristo muestra que no hay lugar en El para una amistad neutra, sabe orientar todo hacia el anuncio del Reino de Dios. Asi, cuando algunos discipulos de Juan Bautista quieren saber quien es El, que hace, donde vive, les invita a acompañarle; después de la conversacion, estos jovenes inquietos han sido «ganados» para la causa del Reino. Cuando entabla conversación con la mujer de Samaria (Jn 4, 4 ss) como sabe llegar hacia una realidad trascendente, hacia el terreno de su misterio personal y de su mision.
Todos necesitamos, como Cristo, el alimento de la voluntad del Padre. Alimentar nuestra psicologia, nuestro mundo afectivo, nuestra voluntad, nuestra vida toda con la riqueza, el esplendor del conocimiento del Plan de Dios.
A Cristo todas las realidades materiales le hablan de Dios, todo es Oportunidad para anunciar el mensaje del Padre.
No es un ser apatico, amorfo, flematico, ni comodo, instalado, sino un hombre que mira hacia el horizonte del mundo, escruta los signos de los tiempos, actua y vibra con impetu de su conexión divina por llevar a cabo la tarea encomendada. «Yo he venido a echar fuego sobre la tierra. ¿Y que he de querer sino que encienda?… Tengo que recibir un bautismo, ¡y como me consumo hasta que se cumpla! ¿Pensais que he venido a traer la paz a la tierra? No he venido a traer la paz, sino la espada.» (Lc 12, 49-51).
Que el Espíritu nos guíe Siempre
Brinda Mair
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